Los españoles ven con buenos ojos los frutos de la ciencia, aunque tienen la sensación de que su país no contribuye demasiado al progreso científico global. Avances como la edición genética, los supercomputadores o la colonización del espacio son vistos con mayor optimismo en España respecto a los países de su entrono. Es lo que se desprende del Estudio de Cultura Científica 2024 del Departamento de Estudios Sociales y Opinión Pública de la Fundación BBVA. El estudio se ha realizado en 15 países europeos y otros tres con un perfil diferencial: Estados Unidos, Israel y Turquía. Y está en línea con lo señalado en anteriores ediciones.
En España destaca la confianza de la población en la ciencia por encima de la media europea (7,6 frente al 7,1 sobre 10). Pero las diferencias son más llamativas al bajar a la letra pequeña. La colonización espacial es vista con buenos ojos por el 52% de los españoles, un porcentaje notablemente superior al de la media europea (35%) o incluso al del país que lidera la exploración espacial a nivel mundial, Estados Unidos, donde llega al 42%. El optimismo es aún mayor al hablar de supercomputadores. El 75% de los españoles creen que mejorarán nuestra vida, frente al 63% de media europea o el 62% de EE UU. Biotecnología, energía solar, edición genética, exploración espacial… España es el país que con mayor optimismo abraza la mayoría de los cambios analizados.
El estudio traza un retrato robot de la persona que suele confiar en la ciencia. En España, sería alguien joven, con estudios y de izquierdas. La ideología solo tiene una ligera influencia en España y en Israel, en el resto de los países analizados no tiene un impacto claro. La edad también influye y de forma más transversal, siendo los jóvenes más propensos que sus mayores a confiar en la ciencia en todos los países. El género, en Europa, no es relevante, pero se convierte en un factor con más peso en Israel y Turquía, donde los hombres confían más en la ciencia que las mujeres. Por último, el nivel de cultura científica se incrementa con el nivel de estudios cursados por la población.
España también destaca en otro apartado del estudio, pero por lo bajo: los españoles son los ciudadanos que menos confían en la religión como institución, con un valor de 3,9. Esta llega al umbral medio de confianza en los países de Europa del Este (5,0), en Israel (5,6) y en Turquía (6,3). La media europea de confianza se sitúa por debajo del cinco. Esta pregunta tiene sentido porque en otros apartados se contraponen dogmas de fe y evidencias científicas. Minorías significativas de los países de la Europa del Este y de Estados Unidos creen que los seres humanos fueron creados por Dios más o menos con su forma actual. En Israel (56%) y Turquía (70%) la mayoría de los encuestados apuestan por esta idea, rechazando la teoría de la evolución. En la Europa occidental el porcentaje se desploma hasta el 22%, destacando el caso de España, donde solo el 13% se fía más de las palabras textuales de la Biblia que de las de los tratados científicos. En general, y a pesar de esto, hay un amplio consenso en que la ciencia y la religión coexisten sin problemas y que la ciencia no destruye las creencias religiosas.
El estudio dedica también varios párrafos a analizar cómo, a pesar del ruido, el conspiracionismo y las posverdad son fenómenos residuales. “En un contexto en el que algunas élites cuestionan la veracidad de la evidencia científica y los medios dedican atención a una supuesta crisis de la racionalidad”, señala el informe, “la mayoría de los ciudadanos percibe claramente el papel central de la ciencia como la fuente más fiable de conocimiento”.
El paralelismo que se puede trazar entre el creacionismo y el conspiracionsimo va más allá de que sean alternativas a la evidencia científica. Ambos fenómenos se basan en el mismo principio psicológico. En 2018, un artículo de la revista Current Biology, encontró una relación entre ellos. “Ambos sistemas de creencias comparten un sesgo cognitivo muy poderoso que conocemos como pensamiento teleológico”, apuntaba entonces su autor, el neuropsicólogo Sebastián Dieguez, de la Universidad de Friburgo (Suiza).
¿La tecnología nos deshumaniza?
El estudio de la Fundación BBVA también ha analizado el nivel de conocimiento científico de la población, preguntando por 12 conceptos o nociones básicas a los encuestados. Los resultados reflejan diferencias significativas entre países, siendo mayor el nivel de conocimiento en el conjunto de Europa (media de 7,9 respuestas correctas en una escala de 0 a 12) y EE. UU. (7,8), mientras que el nivel es más bajo en Israel (6,4) y Turquía (5,2). Los españoles (7,6) se colocan ligeramente por debajo de la media europea. Sin embargo, incluso en sociedades en las que el nivel de conocimiento científico es relativamente bajo, la mayoría de los ciudadanos muestra una disposición favorable a la ciencia. En España hay una buena consideración del desarrollo científico (67%) y tecnológico (74%), pero no tanto de la propia contribución (52%) al progreso a escala global de estas materias. Por ponerlo en contexto, la media europea se sitúa en el 57% y la de EE UU, en el 80%.
Al hablar de ciencia todo es positivo, pero las cosas cambian un poco al preguntar por tecnología, donde los avances son percibidos con mayor recelo. Predomina el acuerdo en torno a que la tecnología “hace cambiar nuestro modo de vida con excesiva rapidez”, visión que sobresale en Turquía (7,5), se reduce en Europa (6,5) e Israel (6,4) y se modera en Estados Unidos (5,5). Existe división de opiniones respecto a la deshumanización que provoca la tecnología (5,7 en Turquía, y 5,1 en Europa e Israel), con la excepción de EE UU (4,6), donde la mayoría se muestra en desacuerdo con esta afirmación.
Son muchos los datos y gráficos que acompañan este estudio, pero todos parecen cristalizar en una última cifra: el 40%. Es el porcentaje de europeos y estadounidenses que dicen que la ciencia se cuela con bastante o mucha frecuencia en sus conversaciones. En 2012, solo un 15% de la población decía lo mismo. Desde entonces, la pandemia, los avances científicos y la proliferación de las teorías de la conspiración han puesto el foco en la ciencia. Han hecho que los avances científicos permearan en la conversación global. En la agenda de partidos políticos y las portadas de los periódicos. Y en las discusiones en el bar, las reuniones familiares y los centros de trabajo.
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